Ciencia y religión, diferentes pero iguales
Iniciar la vida con preguntas sobre lo que nos rodea forma parte del desarrollo cognitivo de cualquier niño (y cada vez descubrimos que de cualquier ser viviente). De este camino de preguntas aprendimos a confiar inicialmente en las respuestas de nuestros padres, los cuales, si nacimos en culturas de influencia europea, se centran en las explicaciones místicas judeo cristianas.
Luego de un tiempo en este mundo, los mismos padres de convicciones monoteístas, nos envían a centros de instrucción llamados escuelas, que aunque, en general, no cesan de promover las instrucciones parentales originales, se ven en la necesidad de presentar una visión paralela del mundo, conocida como método científico.
Y tarde o temprano aflorará la pugna entre estas dos visiones del mundo y su naturaleza. Más aún cuando la visión sobrenatural se ha esforzado en ahondar en detalles que pareciera que ya están resueltos por la visión científica y que incluso ya han cobrado una gran cuota de sangre: el universo se creó en siete días? La mujer nació de una costilla del hombre? Todas las especies de animales caben en un barco?
El modelo científico tiene tal poder que puede generar tres escenarios: 1) Disonancia cognitiva donde se trata de ajustar las dos evidencias para que puedan convivir pacíficamente; 2) Rechazo a cualquier tipo de discusión que pueda poner en duda la visión sobrenatural; 3) O variaciones al sistema monoteísta hacia tendencias agnósticas o ateístas.
La fuerza de la tradición y la falta de evidencia contra la existencia de dioses y paraísos obliga a no rechazar la visión infundida por nuestros padres. Esto en la economía sicológica se convierte en un buen mecanismo de adaptación.
No obstante, el poder del método científico avanza y su fuerza en contra de las visiones sobrenaturales se impone, dando como consecuencia un incremento en el número de personas que migran a enfoques donde Dios y sus corolarios van siendo reemplazados por el ímpetu de las soluciones científicas.
No obstante, el poder del método científico avanza y su fuerza en contra de las visiones sobrenaturales se impone, dando como consecuencia un incremento en el número de personas que migran a enfoques donde Dios y sus corolarios van siendo reemplazados por el ímpetu de las soluciones científicas.
Sin embargo, con el tiempo no solo se descubren la falencias del mundo sobrenatural, sino que se comienza a desnudar el vacío de las respuestas científicas. Se descubre que como la religión, la ciencia se basa en la creencia de la existencia de la verdad. Con la sutil diferencia que la religión ya tiene el camino allanado, y la ciencia, escéptica, quiere labrarlo con sus propias manos. El resultado a la larga es el mismo, ambos enfoques no dan respuestas claras de sus métodos ni de sus resultados. Y luego de largos recorridos, ni la ciencia nos muestra la verdad que promete resolver en sus hipótesis, ni la religión da caminos expeditos al paraíso.
Descubrimos que ciencia y fe no eran oponentes dialécticos, solo caminos a entender nuestra existencia en el mundo. La ciencia nos ofrece milagros todos los días fàciles de corroborar y nos promete que habrán nuevos si tenemos fe en ella. La religión es más sutil en eso, ve grandes limitaciones a tener bases comprobables y salta las comprobaciones y nos lleva al camino que la ciencia promete pero que no cumple, ni que parece cumplirá nunca, nos confirma la existencia, sin discusión, de ese mundo al que aspiramos, y explica su conclusión de la única forma posible, la existencia del paraíso ya fue anunciada, no con métodos científicos, sino con su antítesis, con un judío que nació en remotos lugares, en remotos tiempos y que para la grandeza que se espera de alguien de su talla solo dio muestras insignificantes de su poder, nos dio su mayor prueba de existencia acudiendo a un concepto tan difícil de capturar científicamente como lo es el AMOR.
En lo infinitamente pequeño e insignificante aparece la explicación y la ruta que el hombre necesita tener para llegar a entender su paso en esta realidad. Sí, acepto mi desencanto de la ciencia, prometió respuestas y al final nos muestra que el fin de los tiempos y de nuestra existencia será un universo frío y oscuro del que no podemos escapar. Me recuerda el cuento de Edwin Abbot, Flatland... Seres condenados a su caja bidimensional, sin capacidad para escapar de su destino, al menos desde perspectivas físicas o de patadas que nos muevan a otras dimensiones.
Están los dos caminos, ambos prometen lo mismo, uno es escéptico de la ruta y el otro la tiene clara. No son contrarios, son complementarios y como tal, es conveniente verlos. Con sus dificultades y con sus aciertos. Como seres humanos en un camino de comprensión de hechos y en humildad ante la respuesta. con amor y con fe en que estamos en un universo que si nos oculta sus motivos, buenos motivos tendrá.
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